martes, 6 de septiembre de 2011

Una pareja se enfada, se dejan, vuelven, se dejan, vuelven y tienen un hijo

Hasta aquí todo habría sido normal, de no ser porque los hechos sucedieron en menos de una hora.


Eduardo Remí (Bilbao).- Natalie llegó al País Vasco en 2004 desde Ucrania, huyendo del frío y más cosas. Viktor se marchó de Rusia en 2006, en busca de trabajo y calor. Ambos se conocieron junto al mar, en Getxo, hace dos años. Se fueron a vivir juntos y, no hace mucho, decidieron tener un hijo. Sus gustos literarios les unieron y todo parecía indicar que el amor se encargaría de mantenerlos siempre así.



Natalie y Víktor se fueron a vivir juntos a este caserío de las afueras de Getxo.


El pasado 24 de abril, Natalie rompió aguas y tuvieron que llevarla de urgencias al hospital para que diera a luz. Y fue entonces cuando comenzó todo.
Entrando en la sala de parto, el doctor barró el paso a Viktor, no le dejaba entrar. Viktor se negó a aceptar, y fue entonces cuando Natalie trató de calmar los ánimos: ‘Espera fuera, Viktor, si será una horita rápida’.’¡Tú siempre negándome la razón, Natalie!¿Por qué has sido siempre así conmigo? ¡Lo nuestro ha terminado!, soltó Viktor y desapreció del hospital. Durante su espantada, le sonó el móvil. Un mensaje, era su mujer: ‘Viktor, no puedes dejarme así, en estas condiciones. El doctor dice que puedes entrar, vuelve, te lo suplico’.


Llegaron de urgencias al hospital de Getxo a eso de las 10:45 horas para dar a luz a su hijo. A las 11:25 horas ya estaban saliendo por la puerta.



Viktor se tragó su orgullo y volvió a la sala de parto. El niño estaba a punto de nacer y Viktor le había dado la mano a su mujer. Ésta, ante la insistencia del doctor, empujaba y empujaba con todas sus fuerzas, con tantas fuerzas que no se acordaba de que su mano tenía agarrada la de su marido.
‘Natalie, me haces daño’. '¿¡Qué quieres que haga!? Estoy de parto’, fue lo que se le ocurrió decir a ella. Viktor se enojó de nuevo, se deshizo de la mano de su esposa como pudo y dijo: ‘¿Ah sí? Pues ahí os quedáis otra vez, tú y tu parto’.

Casi dentro ya del coche, con el que pretendía ir a ninguna parte, de nuevo el móvil. ‘Viktor, tienes que estar aquí, perdóname si te he gritado. Nuestro hijo está a punto de nacer y tú no puedes faltar’. Era Natalie de nuevo. Su esposa sabía cómo tocar la fibra de su marido, sabía que volvería.
Cuando Viktor regresó a la sala de partos, su hijo ya estaba asomando la cabeza, pero él pudo presenciar al menos la salida del tronco, los brazos y las piernas.

Tras la actitud de su mujer, Viktor decidió volver a su pueblo de la estepa rusa. Algo en su interior le dijo que no lo hiciera, que se arrepentiría.


Natalie acogió entonces a la criatura en sus brazos, mientras que en la frente recibió un tierno beso de su marido, con el que perdonaba el carácter de su mujer y sellaba una paz que dura hasta hoy.
El niño se llama Leopoldo, en honor a Leopoldo Alas “Clarín”, escritor español del siglo XIX, autor de obras como La Regenta. ‘Los dos estamos completamente enamorados de “Clarín”, desde la infancia nos han gustado mucho el naturalismo y el realismo progresista que ha plasmado en algunas de sus novelas. Por eso nuestro hijo no podía llamarse de otra manera, a pesar de que la vertiente ensayística de este escritor nunca acabase de convencernos…’, nos confiesa Viktor mientras coge y besa la mano de Natalie.

Natalie, Leopoldo y Viktor, pocas horas después del nacimiento de su hijo. Leopoldo nació con 147 centímetros, 41 kilogramos y media ESO terminada.



Ahora viven felices a las afueras de Getxo. Lepoldo quiere con locura a su madre, y le ayuda incluso a recoger la mesa después de comer, aunque tras la cena suele hacerse el despistado y se marcha a su habitación. Pero qué podemos decir nosotros, si los niños son así.
Esto habría de servir de lección a Viktor. Y es que por mucho que la realidad pueda parecer otra, no se ha de desconfiar de las personas ni enjuiciarlas por sistema, y menos si se trata de un ser querido. Tras la llegada de Leopoldo, Viktor cada vez ama más a su mujer y confía mucho más en ella. Sabe perfectamente que estaba completamente equivocado.




2 comentarios:

  1. Pues sí, Cristina. Las personas del Este son muy frías hasta que alguien les toca la fibra de verdad.

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