viernes, 2 de septiembre de 2011

Reproduce casi con total fidelidad la Gioconda y cae en depresión

‘¡Pero esto qué es!’, fue lo que exclamó Salvador Greco cuando examinó su ‘obra’.

Esteban Gogh Oreja (Elche, ALICANTE) .- Ni él mismo era capaz de creer lo que estaba viendo. Cuando terminó su obra –si es que podemos denominarla como tal-, Salvador Greco no daba crédito a lo que tenía ante sus ojos. Su familia, desde entonces, intenta consolarlo, aunque pasará mucho tiempo hasta que sus vecinos y sus amigos vuelvan a tenerlo en la misma consideración.
‘Mi mujer y mis hijos dicen que está muy bien el cuadro, que les gusta mucho, pero yo sé que en realidad no me dicen la verdad para no hacerme daño. Yo sé que son mentiras piadosas, lo noto en sus ojos. Y lo sé porque además se miran entre ellos’, se explica Salvador a punto de volver a romper a llorar.
Salvador Greco tiene 58 años y vive en Elche. Él es un pintor de interiores, pero también disfruta mucho dedicando parte de su tiempo libre a pintar cuadros.

Salvador se dedica profesionalmente a pintar viviendas y locales, pero ‘no se me caen los anillos si tengo que pintar un cuadro’, dice él.


Según nos cuenta él mismo, él disfruta plasmando sobre un lienzo motivos florales o detalles que nos brinda la naturaleza. ‘Más que naturalezas muertas, a mí lo que realmente me llama la atención es inmortalizar sobre un lienzo naturalezas agonizantes. Yo pinto melocotones a punto de pudrirse, plátanos demasiado maduros e incluso lechugas lacias. Es mi pasión, y yo ante eso no puedo hacer nada. Y luego resulta que me sale esto…’, nos cuenta Salvador tras conseguir calmarse.
 El protagonista de este suceso iba paseando por la calle cuando en un mercado callejero vio en el suelo, perfectamente colocadas, tres cajas de melocotones. La diferencia con el resto de sus ‘modelos’ era que estos melocotones estaban completamente sanos, en reefecto estado para ser comidos.
De camino a casa pensó: ¿por qué no pruebo a pintar naturalezas ‘vivas’? Y así hizo. Entró en su estudio y se puso a plasmar lo que había visto en el mercadillo. Media hora después, se alejó unos metros para ver lo que había pintado y entonces dio comienzo su pesadilla.
No eran cajas de melocotones lo que había en aquel lienzo, no, sino una reproducción casi exacta de la Gioconda, del genio renacentista Leonardo Da Vinci. Casi exacta porque la ‘gioconda’ del polifacético artista italiano muestra una expresión de los labios difícil de determinar, muy ambigua, mientras que la de Salvador Greco, tras ser examinada por diferentes expertos, está riendo, no hay ninguna duda.

Parecía fácil plasmar la belleza de las cajas de melocotones, pero el efecto de la luz confundió a Salvador y…



 …el resultado fue éste. Una reproducción casi exacta de la Gioconda. La única diferencia, el efecto óptico de la sonrisa, algo que sólo Da Vinci era capaz de reproducir.



El cuadro no quiere ni verlo, y tampoco quiere dejarlo en la basura por si alguien lo ve. Su ‘Gioconda’ permanece almacenada en el trastero de su plaza de parking, hasta que Salvador decida qué hacer con ella. ‘De momento’, nos dice, ‘yo no quiero ni verla’.
En la cuadrilla de pintores de interiores con la que trabaja Salvador los comentarios son continuos –‘mira, ése es el de la ‘Gioconda’…’, dice él que le ha escuchado decir por lo bajo a más de uno, y él se siente marginado. Él ha les jurado y perjurado que tan sólo ha sido un error, que él nunca quiso pintar ‘eso’, pero todo parece indicar que nada volverá a ser igual entre sus compañeros.
Salvador Greco recibe tratamiento psicológico después de lo sucedido –‘me sudan mucho las manos desde entonces’, nos confiesa- y permanecerá de baja hasta que su estado de ánimo vuelva a la normalidad.
Es lo que tiene aventurarse con según qué cosas. Si Salvador hubiese seguido pintando naturalezas agonizantes, si no hubiese decidido ir un poco más allá, su drama no habría sido tal.

Así se quedó Salvador cuando vio terminada su obra. ‘Me sorprendí tanto que decidí hacerme un autorretrato’, nos dice.

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